Tras casi una década de compromisos, cumbres climáticas y acuerdos globales, la meta de evitar el aumento de la temperatura del planeta por encima de los 1,5 grados parece más lejana que nunca. Según la ONU, ya hay un 48% de probabilidades de que el calentamiento global supere ese límite en al menos uno de los próximos cinco años.
Ramón Oliver | Ethic.es
Hace casi diez años, en 2015, las naciones del mundo decidieron sentarse y hacer un ejercicio de autocrítica: ¿de qué forma estaban tratando el planeta que compartían? La respuesta no fue nada positiva. Y decidieron cambiar. Este golpe sobre la mesa se escenificó en tres importantes documentos: el Acuerdo de París, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible (con sus 17 ODS) y el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres. Muchos frentes abiertos, con un objetivo básico de partida: evitar que la temperatura media del planeta subiera por encima de 1,5 grados Celsius respecto a los índices de la era preindustrial, punto de no retorno a partir del cual los efectos del cambio climático serían terriblemente perjudiciales para el planeta y para quienes lo habitan.
Tras ocho años, cinco cumbres climáticas e innumerables acuerdos globales, directivas, normas nacionales, compromisos vinculantes y aquella histórica COP21 de París, la meta parece más lejos que nunca. Así lo ha constatado la Organización Meteorológica Mundial de Naciones Unidas, que acaba de publicar su temido informe anual sobre el estado del clima. Un diagnóstico que, a través del análisis de distintos indicadores, establece el grado de éxito o fracaso de los esfuerzos colectivos realizados durante el curso para salvar al planeta.
Los datos correspondientes a 2021 en relación al avance del avance del cambio climático son demoledores. Según la agencia, de continuar esta tendencia, ya hay un 48% de probabilidades de que el calentamiento global supere los 1,5 grados al menos en uno de los próximos cinco años (en 2015, esta posibilidad se consideraba remota), lo que supondría acercarnos muy peligrosamen-te al desastre.
Los indicadores del cambio climático
Para elaborar su informe, la OMM se apoya en una serie de indicadores clave que aborda de manera individualizada, aunque todos están interconec-tados y responden a una misma realidad. Estos son los más preocupantes.
Temperatura. La prueba del algodón de materia de calentamiento global. En 2021, la temperatura mundial alcanzó los 1,1ºC por encima de los niveles preindustriales, confirmando un periodo de siete años seguidos como los más calurosos de la historia. Si 2021 no ha sido el más caluroso de todos (dudoso honor que ostenta 2020), probablemente haya sido por la visita de La Niña, el fenómeno climático que cíclicamente enfría las temperaturas por efecto de un régimen de vientos alisios fuertes desde el oeste, que ha actuado como factor regulador.
Gases de efecto invernadero. La emisión de gases de efecto invernadero –vapor del agua (H2O), dióxido de carbono (CO2), gas metano (CH4), óxido nitroso (N2O) y ozono (O3)– como resultado de las actividades humanas es el principal factor desencadenante del cambio climático. Unas emisiones, que incluso en el año en que Estados Unidos y China, tradicionalmente reluc-tantes a pisar el freno de sus maquinarias industriales, parecen haber entrado en razón, por ejemplo, en relación al metano, siguen creciendo a ritmos alarmantes. Según la agencia Internacional de la Energía, tras el respiro que trajo la pandemia en cuanto a emisiones de CO2, estás han vuelto a pulverizar todos los récords en 2021 con 36.300 millones de toneladas.
Calor en los océanos. El año pasado también ha sido el año en el que la temperatura de los océanos ha experimentado mayores incrementos. Todos los sistemas de medición confirman que las tasas de calentamiento en la capa superior de los océanos (hasta 2.000 metros de profundidad) han sido las más altas de las últimas décadas. Además, el calor está penetrando en cotas cada vez más profundas. Todo ello pone en peligro la supervivencia de miles de especies marinas por la reducción de los niveles de oxígeno en el agua. Y es que la emisión de gases de efecto invernadero provoca una acumulación de energía en forma de calor que en gran medida se almacena en el mar.
Mares más ácidos. La composición química de los océanos también se está viendo alterada por efecto de la acción humana. El mar absorbe un porcentaje significativo de las emisiones anuales de CO‚ acumuladas en la atmósfera (25%), lo que provoca una acidificación del mar por efecto de la reacción del agua con este gas. Como resultado, el pH de los océanos disminuye. Se estima que en la actualidad estos niveles de pH marinos son los más bajos de los últimos 25.000 años. Un agua más ácida supone una amenaza directa para aquellos animales marinos con exoesqueletos como caparazones y conchas, que sufren una mayor corrosión, o para los corales, esenciales para el mantenimiento del equilibrio marino.
Nivel del mar. Otra inquietante pista de que no se están cumpliendo los objetivos climáticos nos la brinda la progresiva subida del nivel del mar, producto del deshielo de los polos. En el lapso de tiempo comprendido entre 2013 y 2021 el mar ha crecido alrededor de 4,5 milímetros por año, el doble que durante el decenio 1993-2002. Groenlandia o los glaciares de Canadá y noroeste de Estados Unidos han sufrido de manera especialmente acusada el deshielo durante 2021.