«La pandemia que está sufriendo todo el mundo tiene íntima relación con las áreas protegidas. La sanidad humana está relacionada con la sanidad animal, vegetal y mineral, con el agua, el aire y la tierra». (Gonzalo García Lagos, MOVUS, ante la comisión parlamentaria para estudio de la LUC).
Este año el Día del Ambiente se vive en una circunstancia muy especial. Una pandemia con más de 6 millones de afectados y 400 mil muertos en el mundo, y el contagio se dispara ahora en pueblos hermanos como Brasil, Perú, Chile. La pandemia ha detonado una crisis económica mundial de salida incierta, que va a
ahondar el hambre en América Latina y el Caribe, África y otras regiones. ¿Qué ha provocado esta enfermedad? Varios estudios científicos señalan desde hace décadas que el agronegocio predatorio, al acortar las cadenas de valor en la producción de alimentos vegetales y animales (alimentos a su vez degradados y
contaminados, comida chatarra), destruye la inmunidad natural de los ecosistemas.
El intercambio ecológico desigual redirige el daño al Sur Global. Destruye la complejidad ambiental que acota el crecimiento virulento de los patógenos. Los ecosistemas que en parte controlan los virus «salvajes» están siendo arrasados por la deforestación y el desplazamiento del bosque nativo por el monocultivo a gran escala que expulsa animales silvestres exponiéndolas a nuevos patógenos que a su vez trasmiten. Las especies vegetales genéticamente modificadas suprimen la diversidad natural trayendo el quiebre de las defensas. El hacinamiento artificial en la reproducción del ganado industrial que es engordado a antibióticos, elimina la selección natural y la protección contra las enfermedades animales, luego trasmitidas a los humanos. Las infecciones contenidas en el bosque cuando los parásitos mueren con sus especies huésped, ahora se propagan sobre poblaciones humanas susceptibles. Los brotes locales tienen mayor extensión, duración y agresividad, y ahora son epidemias que se expanden a través de redes mundiales de viajes y comercio sin resguardo. Y en la
otra punta están los déficits en salud pública y saneamiento ambiental.
Esto se agrega a todo el conjunto de rebotes destructivos: calentamiento global, cambio climático, gases nocivos, deshielo polar y ascenso del nivel del mar, degradación del aire y del agua, incendios forestales descontrolados, aumento de radiación, sequías y desertificación, una lista interminable.
Las palabras de García Lagos recuerdan lo que decía hace medio siglo Barry Commoner, uno de los fundadores del movimiento ambiental en el mundo. «Hay una sola ecosfera para todos los organismos vivos y lo que afecta a uno, afecta a todo. No hay ‘almuerzos gratis’, la nueva tecnología se ha aplicado sin que
se conocieran siquiera los nuevos peligros de esas aplicaciones. Hemos sido muy rápidos en cosechar los beneficios pero muy lentos en considerar los
costos».
En los últimos años hemos visto varias epidemias similares, SARS 2002, Hong Kong 2003, H1N1 2009, MERS 2012, Ébola 2014. Y mientras el virus SARS-CoV-2 apareció en noviembre en China, moría el último ejemplar de Rinoceronte de Sumatra.
Y así, ingresó el virus a Uruguay a principios de marzo. No se originó aquí.
Pero pase lo que pase con esta pandemia, no será la última de este tipo hasta que no erradiquemos la economía predatoria que las produce, en que Uruguay participa y confirma.
El presidente habla de que no se debe gravar al capital porque «hará la fuerza» para salir de la crisis, y que no se deben «parar los motores de la economía».
¿Qué motores, qué economía?
No ha salido un robot a trabajar para que puedas quedarte en casa sin perder tus ingresos.
Quien hace la fuerza es el trabajo vivo, y ese es el problema cuando el sistema de producción cuestiona la vida porque pone por encima de ella el lucro y la explotación.
Y más aún. Una de las primeras empresas en retomar plenamente la actividad fue UPM en la construcción de su segunda planta. Porque este gobierno, lo mismo los anteriores, pone por encima el modelo productivo extractivista, cada vez más dependiente de la inversión extranjera directa y sometido a su arbitrio. Para crear empleo, proyectos productivos, empresas, incluso educación y normas, no quedaría otra que renunciar a la soberanía. Cuando en
realidad se destruyen empleos, producción y soberanía alimentaria al arruinar la apicultura, la pesca artesanal, etc.
La filosofía rectora de este modelo productivo es, paradójicamente: «Nada podemos esperar de nosotros mismos».
Y UPM se asegura de que cada trabajador queingresa declare que no ha tenido contacto con contagiados. ¿Cómo puede saberlo el trabajador si no se realizan test masivos y aleatorios, y como es bien sabido el virus se propaga también en su período asintomático de incubación? Cínicamente, en materia de la propagación, UPM aplica a su modo la directiva sanitaria: se lava las manos. Es una cruel ironía que este año el Día del Ambiente esté dedicado a la biodiversidad. Efectivamente, no hay ‘almuerzos gratis’. El agronegocio que destruye la biodiversidad no es negocio para la vida humana.
Lo urgente es defender el agua, la tierra y la vida. Movimiento por un Uruguay Sustentable
(Movus