Luego de recorrido el ámbito médico-quirúrgico y oncológico, reparo en apreciaciones derivadas de lo vivido.
Cuando una persona enfrenta el cáncer, se aferra a la vida con todo su ser, lo transmite a su entorno, creándose un clima de angustia, muy entendible.
La persona y su médico, emprenden un camino difícil, y, la familia se integra a esa realidad. La vida está en juego. Cada uno pone su potencial en la lucha. Es momento de comprometerse con claridad, revelando la verdad, sin dramatismo, ni enfrentamientos y sí, comprensión. Todos en la misma sintonía buscando
soluciones, o, no se juega el partido.
El tratamiento oncológico tiene límites. Por ello se valora el estado de situación, buscando las terapias más adecuadas al caso, midiendo el daño colateral posible. Mientras todo trascurre bien, no hay problema.
Pero, ante la recurrencia de la enfermedad, o de tratarse de un caso avanzado, allí aparecen las contrariedades. Se va la vida y los recursos merman. Entonces ¿qué hacer? El tiempo ha transcurrido, nuevos hallazgos dan esperanzas. Pero, hay límites, los tratamientos son finitos.
Llegados a este abismo surgen las grandes vacilaciones, la ciencia naufraga impotente de curar y afloran drogas presumidas salvadoras, o de investigaciones en curso.
Irrumpiendo en el laberinto de interrogantes y esperanzas surgidas de la búsqueda de cualquier cosa que pueda ayudar, pues la vida se termina.
Es allí donde se complican las relaciones buscando algo salvador. Es momento de tomar conciencia con serenidad, viendo la realidad con sentido común, el médico, el paciente y su entorno. Sopesando qué más se puede acometer, considerando las expectativas de calidad y sobrevida, para el caso concreto y lo más importante es, qué quiere el paciente, el cual, realmente, es quién decide, mientras no se le mienta.
Hecho este, que altera las relaciones y la toma de decisiones cuando no se parte de la verdad. Es ocasión de prestar atención detenidamente a la letra chica sobre perspectivas en tiempo y calidad de lo que se ofrece. Posibles complicaciones derivadas, inmediatas y mediatas. Porque ante una enfermedad muy
avanzada, la curación no es lo esperado, sino una sobrevida, en general, de muy corto tiempo. No hay magia, hay realidades. Sin entrar en el terreno económico, se necesita de honestidad al hablar del contexto, experiencias y dónde, la esperanza de vida, reitero, debe sobrepasar a las complicaciones, con una
vida digna.
Aparecen propuestas de medicinas alternativas o de otro tipo; donde la ciencia, no tiene conocimiento, es un ambiente brumoso. Ahora, si el paciente asiente ese recurso, estando a su alcance, desde mi punto de vista, su conciencia prima. Porque nadie es dueño de la verdad y la esperanza es lo último que se pierde.
Teniendo presente que, en los límites, no se puede dar un manotazo de ahogado. Allí juega el juicio conjunto del paciente, de su clínico y del medio que le rodea, quienes mucho influyen. No el caos. Dónde a veces, cuando llega el medicamento, el paciente no está más. Irracional esfuerzo, la expectativa creada,
dado que no hay milagros.
Preguntándose, tardíamente ¿valió la pena? Tampoco apoyarse en casos esporádicos quienes, no aportan evidencia; sino que hay que ver la realidad y el sufrimiento asociado. Por lo tanto, no es un problema de legislar y decir hágase, sino saber qué se hace, cuándo y qué es realmente positivo, no solo una esperanza sin sustento.
Es el análisis que hago de este problema, con sus consabidas derivaciones.
Carlos Sarroca Solé, médico-cirujano 24.12.19