Mucho se ha escrito sobre “el fenómeno Manini” y el crecimiento inesperado de Cabildo Abierto. Se ha dicho, y con razón, que Manini crece porque es un líder nato, un caudillo.
Un hombre creíble, cuya personalidad genera confianza. Un hombre que habla claro y sin rodeos. Un hombre valiente, un piloto de tormentas.
Un hombre de excelente educación, amplia cultura, poseedor de una inteligencia portentosa y de una voluntad de acero. Un hombre campechano, sencillo, sinceramente preocupado por la suerte de sus compatriotas. Un hombre cuya capacidad de relacionamiento con los más humildes, podría darle envidia a un misionero franciscano.
Todo esto es cierto, pero a nuestro juicio, hay otra causa del crecimiento de Manini, que no ha sido suficientemente valorada. Nos referimos a algunos aspectos de su discurso. Si bien en sus primeras apariciones públicas Manini se expresaba con la rigidez propia de su condición castrense, y ahora expone de forma mucho más distendida, lo cierto es en lo medular, su discurso no ha cambiado.
Siempre que habla, lo hace de forma muy bien estructurada, lo cual es propio de alguien que tiene las ideas claras y en orden. Eso el público lo percibe, y es ahí donde empieza la construcción de la confianza. Cuando aún no había un programa, Manini se centraba más en el “qué hacer” que en el “cómo”. A medida que el programa fue tomando forma, sin olvidar el “qué”, fue explicando también el “cómo”.
Pero lo realmente notable del discurso de Manini, es su incorrección política: a diferencia de sus adversarios, no está alineado con ninguna ideología “de moda”. Su discurso gira siempre sobre los mismos principios y conceptos. No adapta sus palabras en función de lo que imagina que el público querrá oír: simplemente, dice lo que piensa y cree en lo que dice.
Por eso que su discurso –poco original, pero realista como pocos- termina siendo creíble y del gusto de muchos. Porque dice las cosas como son. Y porque se atreve a opinar sobre temas que, por no herir, por quedar bien, o por tratar de contentar a la mayor cantidad de potenciales votantes, nadie -o casi nadie- se atreve a manifestarse.
A diferencia de los candidatos de los partidos tradicionales y del Frente Amplio, Manini apela a la sensatez y al sentido común. Quizá por haber convivido durante décadas con soldados, es capaz de interpretar como pocos el sentir de los humildes, del cual se hace eco ante un pueblo cansado de promesas vanas, harto de ideologías, horrorizado por la violencia, víctima de la inseguridad y desesperado por encontrar un trabajo digno.
Lo que diferencia a Manini es que tiene el coraje de decir lo que muchos pensábamos, pero que solo se comentaba en las redes sociales: que hay que terminar con la marihuana; que hay que poner a los presos a trabajar; que hay que bajar los sueldos de los parlamentarios y reducir el número de legisladores; que hay que cambiar el ineficaz Código del Proceso Penal, aprobado por todos los partidos representados en el Parlamento; que hay que hacer todo lo posible por terminar con el aborto; que hay que eliminar la ideología de género de la educación pública porque es una “perversidad”; que hay que recuperar la soberanía, desechando ideas autocráticas y globalistas. Incluso se atrevió a votar en el prerreferéndum de la ley trans y a tratar a George Soros –gran financista de ideologías totalitarias y colonialistas- de “delincuente” y “asesino por miles”. Todo ello, no obstante, fue dicho con gran responsabilidad, evitando volar puentes y apostando siempre a la integración y al reencuentro de los orientales.
El discurso de Manini es claro y no da lugar a dos lecturas. No es equívoco. Trasunta certezas. Llama a las cosas por su nombre y agarra el toro por las guampas, cuando nadie se anima. Como estrategia, parece haber sido mucho más redituable que hacer cálculos electoreros o seguir al pie de la letra guiones prefabricados.
El éxito de esta forma de proceder demuestra además que el pueblo oriental no está vencido, que la batalla cultural no está perdida, y que los sueños de quienes apuestan por la vida, por la familia, por la libertad, por el trabajo y por una vida sencilla, sana y digna, pueden llegar a cumplirse.
No es extraño, por tanto, que Manini crezca. Lo que resulta increíble a esta altura, es que aún haya politólogos que se devanan los sesos tratando de explicar lo evidente.
Por Álvaro Fernández Texeira Nunes