El patrón salió a recorrer en su caballo colorado, tuerto de un ojo, pero brioso, de buen asiento y manso al subir, para un jinete acostumbrao, ya que giraba en el sentido del estribo y había que tener la agilidad de seguir el giro para sentarse y calzar el estribo derecho.
Una vez sentado obedecía muy bien al manejo de las riendas y de las «lloronas» (espuelas medianas y filosas), que, tocando en las paletas y las verijas,
dirigían el rumbo que tomaba, con un trote muy liviano y un galopito agradable que parecía ir pegado al asiento del jinete, en un recado bien ensillado.
En su recorrida tuvo que pasar por un bañao, donde el pasto muy verde y grueso, asomaba en el agua mansa y clara. Era un potrero de engorde, donde
novillos y vacas falladas salían prontas pa embarcar.
De pronto el flete se detuvo enredado con alambre tirao entre el pasto. Pero quedó quieto, aunque nervioso, esperando que el gaucho se bajara pa desenredar. Ya eran de costumbre estos problemas, por las crecientes que venían de tanto en tanto.
El alambre era de espinas y era difícil de desenredar, pero ya estaban acostumbrados y en un momento lo sacó y lo puso en el recado para llevarlo pa las
casas. Resuelto el problema, siguieron en un trotecito campero, pero otro alambre se enrolló en las patas del matungo y en esa ocasión se asustó. El gaucho,
distraído, perdió el asiento y cayó con una bota trabada en el estribo. El caballo salió disparando, llevando al jinete siempre mirando de costado para no
pisarlo. ¡Qué noble animal! El caballo siempre evita lastimar, aunque sea bagual, si puede evitarlo.
El caballo disparó 200 metros con el hombre enredao, que no pudo manotear el cuchillo para cortar la estribera y la suerte fue que el caballo se detuvo en un alambrao y se quedó quieto, mirando el estribo como queriendo desenredar la bota del patrón.
Una desgracia con suerte que terminó sólo con algunos machucones y la ropa algo embarrada y que pudo ser mucho peor. Lástima que perdió el cuchillo,
pero eso no fue nada frente a lo que pudo terminar en una desgracia.
De nada sirvieron los gritos del gaucho, «soo soo, tranquilo», pero qué va, cuanto más disparaba el matungo más se asustaba, hasta que encontró el bendito alambrado. «Cosas que pasan», dijo Larralde, pero eso, será otro día.
La Dirección.