La leyenda del fútbol mundial, el barrilete cósmico que regaló la mano de Dios y el gol del siglo XX, murió como vivió, según sus propios
términos. Los amantes del fútbol lloran a Diego Armado Maradona Franco (1960-2020).
El hijo de don Diego y doña Tota falleció por complicaciones cardiorespiratorias, semanas después de que un hematoma intracraneal lo obligara a pasar por el quirófano, con 60 años recién cumplidos y un deterioro físico visible, que hizo que muchos no contaran con él.
Sin embargo, el «Pelusa» dejó a las redacciones deportivas con los panegíricos listos y sin publicar, al salir sin problemas de la operación realizada en
la Clínica Olivos, en La Plata: queda «D10S» para un rato, creyeron mucho, pero el Diego se fue inesperadamente. Como una macabra -¿o coherente?-
coincidencia, Maradona falleció justo el día en que murió, hace cuatro años, su amigo persona y referente político, el expresidente cubano Fidel Castro, cuyo
rostro llevaba tatuado con altas dosis de simbolismo en la pierna zurda que tanta magia creó.
Nacido en la intensa Villa Fiorito, barriada dura al sur de Buenos Aires, Maradona comenzó a brillar desde niño con los Cebollitas, el primero y más humilde de los equipos donde dejó su impronta, desde el Argentinos Juniors que bautizó un estadio con su nombre, hasta el Boca Juniors de su corazón.
La leyenda de «Marado», como lo veneraban las barras en sus cánticos frenéticos, se tejió en la cancha de Boca Juniors, aquel Barcelona FC donde repartió goles y patadas, el Napoli que lo endiosó y un paso anecdótico por el Sevilla hasta volverse a Argentina, donde Newell»s Old Boys lo recibió.
Si a nivel de clubes fue un portento, a nivel de selección escribió quizás las páginas más épicas de la albiceleste, con el inolvidable título del Mundial de
México 1986 y la polémica final de Italia 1990, que perdieron ante Alemania Federal por un penal que muchos aún cuestionan.
Cuentan que sus últimos días los pasó con un fuerte bajón anímico, deshidratado y deprimido, tal vez acosado por los demonios que nunca lo
abandonaron, desde sus adicciones hasta su complicada manera de amar, que lo distanció más de una vez de quienes lo querían, o decían quererlo.
Según el escritor uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015), Maradona «estaba agobiado por el peso de su propio personaje (…) llevaba una carga llamada Maradona, que le hacía crujir la espalda».
(Sputnik)