Tras 83 días en terapia intensiva, la menor uruguaya lucha por seguir creciendo junto a la ayuda de sus padres, que no se separaron nunca de ella
Su nombre es Olivia. Nació el 18 de marzo de este año en el Sanatorio Americano de Uruguay. Pesó apenas 330 gramos, tenía 27 semanas de gestación, midió lo mismo que un termómetro y se convirtió así en la bebé más pequeña de la historia del país y en la de menor peso entre los registros de América Latina.
Hoy, a más de tres meses de aquel día, sigue haciendo historia.
Y es que con los días su cuerpo se fe haciendo más fuerte, su piel, sus pulmones, todos sus órganos. Creció gracias a la leche de su madre, Miriam, quien le pasaba gota a gota el alimento. También por el amor de su padre, José, que siempre le habló del otro lado del plástico de la incubadora, donde quedó internada desde su nacimiento.
«¡Hola, amor! Ya estás con nosotros», repetían sus padres una y otra vez, de acuerdo con lo publicado por el diario El Observador. El jefe del CTI pediátrico del Sanatorio Americano, Enrique Di Lucci, recuerda una de las frases que le escuchó decir a José en todos estos días: «Siempre quise una nena, ahora la tengo y la voy a tener»
«En Uruguay jamás había sido dado de alta hospitalaria un bebé con un peso inferior a los 400 y pocos gramos. Casi no lo hubo en el mundo: el récord lo tenía un niño estadounidense que nació con 245 gramos, luego lo superó un alemán de 230, y el año pasado vio la luz Kwek Yu Xuan, en Singapur, que bajó la marca a 212 (lo mismo que una manzana)», indicó el medio sobre el caso de Olivia.
¿Qué fue lo que pasó?
En Paso Bonilla, a unos 10 kilómetros al sur de la capital departamental de Tacuarembó, fue gestada la pequeña Olivia. Y todo comenzó como un embarazo normal.
Miriam, la madre, tiene 26 años, es ama de casa, madre también de Thiago (que tiene diez años) y una mujer que perdió dos embarazos. En la semana 21 del embarazo de Olivia, le hicieron una ecografía y le dijeron que la beba no estaba creciendo.
Graciela Gadola es la ginecóloga que la atendió y sobre su caso dijo: «Era una decisión difícil, las estadísticas marcaban que casi seguro sería un óbito fetal (feto que se expulsa fallecido), pero, siguiendo el deseo de los padres y tras varios ateneos se apostó por la vida».
Entonces comenzaron un tratamiento: pinchazos diarios de heparina, una droga que evita la coagulación sanguínea, hasta llegar a la semana 27, el mínimo requerido para que sea viable la vida fuera del útero. En ese momento se debió tomar una decisión: operar y hacer una cesárea. Y entonces se hizo —previa coordinación— el traslado desde Tacuarembó a Montevideo en ambulancia.
El profesor de Neonatología Daniel Borbonet, quien además es jefe de Pediatría en el Sanatorio Americano, donde Olivia nació, contó que lo hizo «en el instante justo… unas horas más y puede que no hubiese resistido».
Olivia en total estuvo 83 días en cuidados intensivos pediátricos. Ca-da uno de ellos, al lado de sus padres.
«Cuando pasó los 800 gramos, a los dos meses, me la dejaron tener en brazos por primera vez. Tenía tanto miedo que entre el temblequeo se le desenchufó el tubo de oxígeno y la beba se empezó a poner morada. Vino una enfermera, una genia, y me dijo: ‘Tranquilo, padre, toda está bien’», contó José sobre aquella vez.
Sin embargo el miedo aún persiste. El miedo a que Olivia tal vez no resista o a no saber si crecerá con secuelas. Pero Miriam, la mamá, ya está pensando en cómo será el cumpleaños de un añito, mientras le da pecho directo en una sala de cuidados (ya no intensivos) en Tacuarembó. Y se repite: »No hay que rendirse».
La Nación