Durante el viernes al mediodía, trabajadores de ATE Cancillería y Cascos Blancos desarrollaron una jornada solidaria en la Plaza San Martín con olla
popular, reparto de ropa de abrigo, frazadas y zapatillas, junto con una posta sanitaria. No ocurrió ni más ni menos que eso, es un dato objetivo que no resiste ningún tipo de discusión. Sin embargo, el trasfondo de esa crónica se antoja insuficiente para cualquier lector. La estructura para llevar adelante esa jornada comenzó varias semanas antes con la preparación y la organización de la colecta de donaciones, los circuitos en auto para ir a buscarlas a las casas de
las trabajadoras estatales de la Cancillería, con el respeto a las medidas sanitarias y algún que otro familiar o amigo que se acopló a la movida.
El efecto contagio se materializó en la participación de trabajadoras que están prestando servicios en otras partes del país, que reclamaron participación por medio de transferencias bancarias y que se transformaron en kits higiénicos y más mantas.
Todo esto sumando al apoyo del sindicato que realizó el aporte para afrontar las compras de la olla popular y todo lo necesario para montarla en la plaza.
La tarea de Cascos Blancos aportando voluntarios, médicos y la infraestructura necesaria para que la actividad se desarrollara, en un ambiente de cuidado sanitario para quienes le pusieron el cuerpo a la actividad, también fue una condición necesaria para el éxito de la jornada.
Las donaciones sobrepasaron largamente las expectativas y encontraron a sus nuevas usuarias a una velocidad inusitada, las personas que se acercaron a la olla pudieron disfrutar de un plato caliente, atención médica, kits de higiene y algunos abrigos para enfrentar la última etapa invernal de mejor manera.
El choque de culturas, algunas situaciones raras y la acumulación de tareas, no fueron más que anécdotas para contar al final y compartir entre todos y todas, entre fotos, felicitaciones y promesas de nuevas jornadas.
Caída la tarde, los arreglos comenzaron a desarmarse y la olla vacía emprendió su camino de regreso a las cocinas que horas antes funcionaban a todo fuego.
Durante esas horas, un grupo de hombres y mujeres tomaron la decisión de invertir parte de su tiempo para hacer algo por sus compatriotas.
Esa inversión por generar un cambio y reducir, aunque sea con una gota de agua en un océano, las altas desigualdades, en una ciudad y en un barrio donde con diferencia de 500 metros conviven las piletas y la falta de agua en los hogares.
Durante ese mediodía, la decisión de las trabajadoras de Cancillería, de manera presencial o indirecta, rompió con el individualismo que tanto mal le hizo y le sigue haciendo a la Argentina.
No se realizó nada extraordinario, pero a la vez, actividades como ésta refuerzan el sentimiento y los valores que esta pandemia trajo a la mayor parte de nuestro país y que no siempre cuenta con la visibilidad que merece en los medios de comunicación.
La ciudad sigue con el crecimiento de la circulación de personas y la Plaza San Martín volvió a su devenir habitual, entre el aislamiento social y las
caminatas permitidas.
Nada hace pensar que unos minutos antes, en ese mismo lugar, hubo un grupo de argentinos y argentinas pensando en los y las otras.