¿Cómo se vive una pandemia en una residencia de adultos mayores? Entre clases de música y ejercicio por video llamada, medidas extremas de higiene y visitas suspendidas, el personal de estos centros en el envejecido Uruguay batalla para impedir que el covid-19 cruce la puerta de entrada. Esto, en el mejor de los casos.
En Uruguay existen 1.208 residencias de ancianos registradas, solo 41 están habilitadas por el Ministerio de Salud Pública y 10 en proceso de habilitación, según informó el Gobierno el domingo. Las imágenes sobre residencias geriátricas colapsadas en distintos lugares del mundo, con personas muriendo a diario en una rutina demoníaca resultan aterradoras, sobre todo para este país que tiene el mayor índice de envejecimiento de la región: una de cada cinco personas tiene más de 60 años y más de 10 por ciento superan los 85.
En España, por ejemplo, el 60 por ciento de las muertes por covid-19 sucedieron en establecimientos geriátricos.
El viernes el Gobierno uruguayo informó que el nuevo coronavirus había ingresado a cuatro «residenciales», como amablemente se los llama, y el sábado informó que 31 personas que se encontraban en esos lugares dieron positivo al test de covid-19 y dos fallecieron.
El protocolo publicado por el Gobierno en marzo recomienda restringir las visitas, pero no las prohíbe. «Que se hayan presentado casos en los residenciales era algo que los geriatras sabíamos que iba a suceder. Esto deja
en evidencia que los protocolos llegaron un poco tarde», dijo la doctora Mariana Hernández Deareis, de la comisión directiva de la Sociedad de Gerontología y Geriatría.
Además, el protocolo «no habla, como se dijo ayer en la conferencia de prensa, de prohibición de visitas, habla de restringirlas», insistió.
Fueron los geriatras y los directores técnicos de esos centros quienes instaron a suspenderlas por ser la puerta de entrada del virus.
Las imágenes de lo que podría ser el futuro de nuestro país, procedentes de Europa, fueron un aviso al que se debía prestar atención. «La situación de España es el llegar tarde. Lo que tenemos que hacer es evitar que el coronavirus entre al residencial, porque si bien las medidas de higiene están, la ventilación de los espacios también está, la comorbilidad es altísima», señaló la especialista.
Hernández Deareis, directora técnica de la residencia de ancianos La Tacuara, decidió dedicarse exclusivamente a
esta tarea y pidió licencia en sus otros empleos como médica para proteger a los adultos mayores del virus.
ADAPTACIÓN En una casa de Solymar, viven nueve adultos mayores que de un día para otro comenzaron a
ver cómo las personas que los cuidaban pasaron a tener el rostro cubierto y dejaron de tocarlos y acariciarlos.
Los uniformes de las cuidadoras al finalizar el turno iban a un cesto para ser luego minuciosamente lavados.
Las manos de quienes los cuidan y acompañan día a día tampoco son las mismas: constantemente están pasando a través de un chorro de agua con jabón o de alcohol y limpiando todas las cosas que entran allí con hipoclorito de sodio.
Luego de arribar a La Tacuara y quitarse toda la ropa con la que llegan de sus casas, las cuidadoras se cubren, por prevención, el rostro con una mascarilla.
El extrañamiento que provoca no poder reconocer el rostro del personal ni entender la razón de ese objeto crea una barrera maciza en el vínculo entre cuidadoras y residentes.
«A algunos les cuesta distinguir qué cuidadora es la que los está ayudando, y eso para mí, que me gusta brindar una asistencia personalizada y demostraciones de cariño, el entrar sin saludar con un beso y el estar con el
tapabocas, es muy difícil y distante», señaló Hernández Deareis.
MEDIDAS INVISIBLES
Lo imperceptible era lo que había que conseguir.
Medidas mínimas que se fueran sumando, que pasaran desapercibidas y no significaran un estrés para los residentes, pero que, juntas, transformaran esa casa en un fuerte, en un lugar seguro. Sin embargo, el cambio
más impactante llegó con la restricción y posterior cancelación de las visitas.
«No ver a los familiares es lo que más los perjudica. En general, cuando uno llega a cierta edad tiene otra experiencia sobre lo que es la vida y la muerte y sobre lo que opinan de la muerte, entonces ese no es su mayor temor; el temor es el sufrimiento, el dolor. A muchos, si les preguntas, no tienen temor por ellos, sino por los familiares que tienen que seguir trabajando, o se quedaron sin trabajo», dijo la geriatra.
Para los residentes en estos hogares la llegada del coronavirus también significó la entrada en sus vidas de las nuevas tecnologías. Los talleristas que semana a semana compartían con ellos ejercicios o canciones, pasaron a estar «en la televisión».
Allí comenzaron las dudas: ¿Pero en dónde está el profesor? ¿Y esto quién lo está viendo además de nosotros? ¿Él nos puede ver? «Si pudiéramos cuidar con teletrabajo no correrían ningún riesgo, pero obviamente no se puede», concluyó la geriatra.