La tragedia producida en Palma de Gran Canaria nos impacta en lo que este título resume.
Erupción volcánica y terremotos golpean a esta hermosa isla, de donde provinieron los primeros colonizadores nuestros, desde seis semanas atrás.
Acompañamos por la televisión estas escenas destructivas de personas, viviendas y plantaciones: en general, un extendido destrozo, que nos acongoja. Dentro de esta catástrofe ecológica, a la vez que aplaudimos los esfuerzos de quienes intentan apoyar y recuperar, no podemos menos que experimentar el rechazo de una proyección
televisiva a la que asistimos, donde con entusiasmo, los encargados del negocio titulado “Turismo Volcánico”, festejan “balconeando a la distancia”, la filmación de tan desgraciados acontecimientos. Esto da para indignar, no debe confundirse estética y ética.
Nos recuerda el circo romano, o entre nosotros –tiempos coloniales—los “velorios de angelitos”, muerte de niños que servía de pretexto para largas recorridas con los cadáveres encajonados y servían para comilonas y bebidas.
Nuestra crítica va, en especial, a los que organizan o disfrutan de esto, pero también a las autoridades que no impiden esta práctica.
Por supuesto que aceptamos las intervenciones periodísticas, pero estas son harina de otro costal. Deberían llamarse a recapacitar y detener el regodeo paisajístico.