La fatiga ocular se manifiesta como sensación de malestar, sequedad o picazón de los ojos. Además, da lugar a una visión borrosa y puede producir intensos dolores de cabeza.
Pero, ¿realmente se “fatigan” nuestros ojos? ¿A qué llamamos fatiga ocular? Actualmente, ya se
habla del “síndrome visual informático”. Este último término parece adecuarse más a la problemática de la que hablaremos en este artículo, pues realmente no es cansancio lo que se produce en nuestros ojos. Es una suma de
diferentes problemas oculares y visuales.
¿Qué parte del ojo se fatiga?
Los músculos encargados de mover nuestros ojos son algunos de los más rápidos de nuestro organismo. Su forma y su metabolismo están preparados para contraerse y relajarse de manera continua. Los ojos se mueven para que enfoquemos los objetos de nuestro interés en la zona de la retina que mejor ve, la fóvea.
A diferencia de otros músculos de nuestro cuerpo, estos están dotados de determinados mecanismos que permiten realizar continuamente esa tarea. Tienen abundantes mitocondrias, los orgánulos intracelulares donde se produce la energía necesaria para realizar la contracción. Precisamente por esa alta capacidad metabólica, estos músculos no se fatigan ni provocan agujetas. Tampoco se produce fatiga en nuestra retina, una estructura
capaz de realizar constantemente el proceso de transducción sensorial (la transformación de la luz en señales eléctricas) durante horas y horas, día tras día. Para ello, está dotada de mecanismos que regeneran las moléculas que se “consumen” durante el proceso que pone en marcha la visión. La falta de parpadeo puede dañar el ojo
Mientras prestamos atención a una tarea visual (trabajar con dispositivos electrónicos o leer un libro), nuestra frecuencia de parpadeo disminuye para que no perdamos nada de vista.
El parpadeo tiene como función proteger el ojo, pero también renovar y distribuir la película lagrimal que hidrata y nutre la superficie ocular. Por tanto, si nuestra frecuencia de parpadeo disminuye, nuestros ojos se secan, provocando irritación y en algunos casos extremos, dolor.
Si, además, tenemos baja producción de lágrimas (enfermedades generales u oculares que causan ojo seco, menopausia, etc.) o trabajamos en un ambiente seco (con aire acondicionado), el problema se agrava. Por supuesto, el uso de lentes de contacto complica esta situación, ya que dificultan el paso del oxígeno y la
distribución de la película lagrimal sobre la superficie ocular.
Como consecuencia de la sequedad de la superficie de nuestros ojos, las células más externas quedan poco protegidas y pueden lesionarse. Esto provocaría una ligera inflamación local que hace que los ojos enrojezcan
y que aparezcan las sensaciones de malestar. En ocasiones, estos síntomas van acompañados de dolor de ojos o de cabeza.
Este problema se podría evitar, si fuese necesario, aumentando voluntariamente nuestra frecuencia de parpadeo o usando lágrimas artificiales para compensar la sequedad ocular.
Colocar la pantalla adecuadamente
Otro factor a considerar es la altura y la distancia a la que colocamos la pantalla que utilizamos. Cuanto más alta esté, más abiertos tendremos los ojos, lo que contribuirá a evaporar esa película de lágrimas que cubre la
superficie del ojo, aumentando el problema.
Por tanto, debemos siempre regular la altura de la pantalla para que no esté alta pero tampoco tan
baja que nos obligue a flexionar demasiado el cuello. En general, bastará con que el marco superior de la pantalla quede a la altura de nuestros ojos o nuestra nariz. En cuanto a la distancia entre nuestros ojos y la pantalla, se
recomienda que sea de entre 50 y 60 cm.
Enfoque cercano:
acomodación Nuestros ojos, están preparados para ver objetos de cerca y de lejos, cambiando el enfoque
continuamente. Sin embargo, cuando estamos trabajando con pantallas, pasamos muchas horas
seguidas enfocando solo a un objeto cercano (a menos de 60 cm).
Esto también va a provocar que cuando cambiemos de un plano cercano a uno lejano, tengamos problemas de enfoque y visión borrosa que pueden dar lugar a dolores de cabeza. Este fenómeno se puede apreciar aún
más a partir de los 45 años, con la aparición de la vista “cansada” o presbicia. En este sentido, es
muy importante que si llevamos lentes correctoras, estén bien graduadas.
Iluminación de las pantallas: el problema de la “luz azul” Se ha extendido la creencia de
que la luz azul de las pantallas de los dispositivos producen “fatiga” e incluso daño ocular. Sin embargo, nuestro ojo está preparado para “trabajar” con esta y otras longitudes de onda (el denominado espectro visible, la pequeña franja de longitudes de onda del espectro electromagnético que el
ojo humano es capaz de percibir).
Las de la luz azul (entre 400 y 500 nm aproximadamente) forman parte de la luz blanca con la que nos ilumina el sol durante el día. Si realmente la luz azul fuera dañina para nuestros ojos, también lo sería, por ejemplo, contemplar el mar, cuyo color percibimos porque envía hacia nuestros ojos precisamente esas longitudes de onda.
Sin embargo, el uso de esta “luz azul” durante la noche activaría una serie de neuronas de nuestra retina que conectan directamente con los centros del cerebro que regulan los ritmos circadianos, marcando el momento de dormir y el momento de activarse para comenzar la actividad diaria.
Si utilizamos pantallas por la noche, la luz que emiten engañará a nuestro cerebro. Este percibe que sigue siendo de día y no pone en marcha los mecanismos que nos ayudan a conciliar el sueño reparador que todos necesitamos al final de una larga jornada de trabajo.
Muchos dispositivos electrónicos permiten reducir el nivel de luminosidad e, incluso, vuelven más amarillo el tono de luz que emiten en las horas nocturnas.
Esto nos ayuda a reducir la intensidad de la luz que incide sobre nuestra retina. No obstante, deberíamos reducir al máximo su uso en las horas del crepúsculo, con el objetivo de ayudar a nuestro organismo a conciliar el sueño.
En definitiva, lo que comúnmente llamamos “fatiga ocular” es una suma de sensaciones de malestar e irritación derivadas de la sequedad ocular (que se produce por mantener los ojos abiertos durante mucho tiempo) y de
una visión ligeramente borrosa debida, en parte, a la sequedad y a problemas de enfoque.
Para evitarla deberemos, por tanto, aumentar nuestra frecuencia de parpadeo (y, eventualmente, utilizar lágrimas artificiales).
Además, es importante realizar descansos en los que realicemos actividades que no requieran atención continua y permita cambios de enfoque (mirar a lo lejos). Por último, tenemos que asegurarnos de que la climatización, la iluminación y tanto nuestra posición como la de las pantallas (ergonomía) sean las adecuadas.
(*) Catedrática de Fisiología en el Instituto de Neurociencias, Universidad Miguel Hernández
The Conversation