Nuevos elementos podrían ser sumados a la Justicia en el caso del homicidio de Lucía Gómez, la joven estudiante asesinada hace seis años en Tacuarembó.
Hay nuevas grabaciones con confesiones podrían llegar a ser elementos cruciales en un caso que para la policía aún no fue aclarado al 100%. Hasta ahora fue procesado con prisión Jonathan Caccia de 25 años de edad por un delito de homicidio especialmente agravado, pero desde la órbita policial se asegura que no actuó solo. Al menos una persona más podría estar implicada en el homicidio y otros tantos en el encubrimiento del mismo.
Escribe: José Esteves
Entre nosotros estaba El Heladero, sentado, cansado de su rutina, esperando. Afloraba la primavera. El infierno frío dejaba camino al verde octubre. La tranquilidad y la seguridad reinaban en una ciudad acostumbrada a dormir de puertas abiertas. Era un feriado estudiantil, un día en que la juventud aprovechaba para disfrutar entre amigos, uno de esparcimiento.
Mientras tomaba mate con su compañero de campamento, nadie imaginaba que tramaban. A lo lejos se veía una carpa situada en pleno Parque Rodó y a escasos metros, una garita policial. El enorme pastizal y una casa abandonada se transformaban de apoco en una guarida para personas que han demostrado poca adaptabilidad a la vida social. En ese entorno convivían, cerca de nosotros, de nuestros niños, en la ciudad segura.
Todo parecía normal, nada estaba fuera de su lugar. Era un día como otros, en el cual cada uno lo vivía a su manera esperando que pasaran las horas para comenzar otra jornada corriente en una pequeña localidad que parece vivir bajo las nuevas costumbres de las grandes ciudades.
Llegó el atardecer, se hizo la noche y todo comenzó a cambiar. El sol dejó su lugar a la luna, y con ella los malvivientes comienzan a veranear. El Heladero se trasformaba en su verdadero ser.
Caminando por la ciudad segura, Lucía retornaba a su casa luego de disfrutar de su feriado estudiantil. Su anhelo, ser profesora, educar, inculcar conocimientos a futuras generaciones.
Repleta de vida se dirigía a su casa, caminando, disfrutando de la hermosa tarde primaveral que nos regalaba la naturaleza. Pero allí estaba él, sentado, cansado de su rutina, esperando.
El Heladero había terminado su jornada laboral y junto a su compañero de andanzas Jonathan tomaban unos mates amargos sentados en la cabecera del puente oscuro que divide y une a una ciudad. Era prácticamente un túnel, y a metros de ellos, su campamento y la inexistente guardia policial.
Llena de confianza y con la frente en alto venía Lucia. Circulaba deseosa de encontrarse con sus padres y hermanos para contarles cómo había vivido su día, uno que lamentablemente no había terminado.
Nunca llegó a su casa. Pasaban los minutos y su familia comenzaba a inquietarse. “Estoy saliendo, no se preocupen”, decía el mensaje de texto enviado por ella momentos antes. Sin embargo, transcurrían varias horas y no se sabía nada.
Abel, -su papá- comenzó a recorrer el barrio. En su bicicleta visitó varios lugares, pero no tenía noticias de su hija. La llamaban y su celular estaba apagado. Al mismo tiempo su mamá y hermanos se comunicaban con conocidos y amigos para saber sobre su paradero. Lucía había desaparecido, nada se sabía de ella.
Tras varias horas de búsqueda incesante, Abel se presentó en la comisaría y realizó la denuncia por la desaparición de su hija. Un momento no deseado. Entraba la madrugada, el silencio se apoderaba de la ciudad y comenzaba la búsqueda.
En el amanecer la noticia había llegado a todos los rincones del barrio. Lucía estaba desaparecida. Fue así que los vecinos comenzaron a conformar cuadrillas de trabajo. Afloraba la solidaridad, empezaba la recorrida por todos los lugares que habitualmente visitaba.
Sus amigos no sabían nada de ella, no se podían comunicar. Paralelamente la policía hacia su trabajo pero sin éxito. Se ataban cabos sobre diferentes versiones que comenzaban a aparecer en torno a su desaparición, pero ninguna de ellas se acercaba a la realidad. Las falacias empezaban a reinar en una investigación que parecía no tener punto de partida.
Se fue con el novio, afirmaban algunos. La raptaron, decían otros. Pero nadie tenía la certeza de qué había pasado con ella.
Los vecinos auxiliaban, sus amigos también, la familia desesperada buscaba ayuda por todos lados. Sin embargo, nadie sabía nada. La presión social comenzaba a sentirse, las autoridades no tenían respuesta y las horas pasaban. ¿En dónde está Lucía? ¿Qué le sucedió? ¿Habrá huido de su casa? Esas eran solo algunas de las interrogantes que la mayoría se planteaban, pues la ciudad segura no está acostumbrada a este tipo de hechos.
A esa altura su desaparición era noticia en todos los medios locales y nacionales. Los portales se hacían eco, los canales de televisión llegaban a la ciudad y mientras los vecinos buscaban y una familia lloraba por su hija, Jonathan y El Heladero retornaban a su rutina. Con frialdad y como si nada hubiese pasado, Jonathan fue a pedir pan a una panadería de la misma manera que había solicitado colchones en Servicio Social para su campamento. Y como siempre, se salía con la suya.
La policía investigaba, interrogaba al novio de Lucía, consultaba a sus amigos estudiantes y hasta a las autoridades del Instituto de Formación Docente. Nadie parecía haber notado nada raro en ella. Es más, la futura docente preparaba responsablemente sus trabajos finales del año.
Nada encajaba, la desaparición de Lucía era muy rara, no existían indicios claros que confirmaran que la joven había huido de su hogar. Sin embargo, era una de las hipótesis más solventes que tenían los investigadores llegados desde la capital.
Pasaban varias horas de interrogatorios. Los padres eran sometidos a largas sesiones con una especialista que buscaba incesantemente obtener respuestas para entender por qué Lucía no había retornado a su hogar. Paralelamente la comunidad continuaba buscándola, creyendo en Abel y su familia.
Las horas pasaban y no se había logrado comunicación con ella. No había solicitud de rescate y la policía comenzaba a descartar un posible caso de secuestro. ¿Pero qué había pasado? Los investigadores intentaban delinear sus teorías. La primera era que ella había decidido irse de su casa por motivos personales, por supuestas diferencias con su familia, y la segunda, la más temida por todos, que había sido secuestrada y asesinada.
Mientras la policía perfilaba sus estrategias, la comunidad continuaba con el rastrillaje de algunos lugares cercanos al casco urbano de la ciudad. Pero nada se sabía del paradero. No se encontraban rastros ni indicios de que la joven Lucía haya pasado por algunos de esos lugares.
A FOJA CERO
Desconcierto. Eso había en la comunidad que esperaba por un milagro. Mientras tanto, la policía no conseguía pruebas contundentes que pudiesen ubicar el paradero de Lucia. Sin embargo, tras varios días de espera se confirmó que el mensaje de texto enviado a sus padres había provenido desde una zona cercana a la manifestada por la joven. Confirmado, Lucía retornaba a su casa cuando desapareció.
¿Pero qué le pasó? La investigación volvía a foja cero. Se caían las hipótesis de los investigadores capitalinos y tras varios días de búsqueda aún no había respuestas. Se había perdido demasiado tiempo y la mayor preocupación de las autoridades era no generar pánico en la sociedad, uno que ya estaba instalado desde el primer momento.
Mientras sucedía eso, Jonathan y El Heladero continuaban con su rutina. Sentados, ociosos y perturbados decidieron terminar con la ciudad segura, y nadie se había percatado, o no querían hacerlo.
Todos escuchaban la radio y veían los informativos esperanzados de que Lucía apareciera con vida. Todos soñaban con qué la historia tuviese un final feliz. Pero no había pedido de rescate y se había confirmado que había desaparecido a pocas cuadras de su casa.
¿Pero quiénes vivían en el campamento? ¿Quiénes son esas personas que habitan el lugar en dónde Lucía envió su último mensaje de texto? Nadie se lo preguntó, ninguno se había molestado en observar esa zona. Todos pasaban por allí, pero ninguno sospechaba ni sospechó de ellos. Es la ciudad segura en donde todos se conocen, nada raro puede pasar.
Los investigadores de Montevideo estaban des norteados, no poseían información certera que los acercara a aclarar el caso y mucho menos a encontrar el paradero de Lucía. La única esperanza eran los policías locales, esos que habían sido casi desplazados en primera instancia.
Transcurrían las horas, pasaban los días y las cuadrillas de voluntarios continuaban trabajando incansablemente para encontrar a Lucía. La comunidad mantenía viva la esperanza de todo un pueblo conmocionado. Pasaban una y otra vez por los mismos lugares, caminaban, rastrillaban, preguntaban, pero no había respuestas.
Sin embargo mantenían el optimismo. Amigos, familiares, conocidos y desconocidos, todos colaboraban. Se reunían en la casa de Lucía y partían en grupos por diferentes lugares. Así pasaban gran parte del día. Buscándola, ayudando a quienes tienen que velar por la seguridad de todos. Mientras tanto la Justicia esperaba tener elementos para poder actuar, pero no se sabía nada. El misterio continuaba para algunos, mientras otros ya sabían lo que había sucedido.
A esa altura el principal sospechoso era el novio de Lucía. Un joven estudiante que había estado con ella durante el día. ¿Pero de qué sospechaban? Al parecer la idea era que tenía raptada a su novia, seguramente porque no había elementos que derivaran la investigación con otro rumbo. Era un camino ciego, un callejón sin salida.
UN TESTIGO CLAVE
Pasaban las horas, los vecinos continuaban buscando, las preguntas eran las mismas y las respuestas no prosperaban. Sin embargo apareció un informante, florecía un camino certero en la investigación y las sospechas comenzaban a tomar un rumbo acertado. El Sub Comisario Máximo Rodríguez obtuvo un dato alentador. Había indicios de qué podría saberse el paradero de Lucía, pero de revalidarse la noticia no sería grata para nadie.
El informante confirmó que un grupo de hombres podrían estar vinculados a la desaparición de la joven. Se trataba de varios sujetos con antecedentes penales que vivían en las inmediaciones al Parque Rodó. Por primera vez, Jonathan y El Heladero eran señalados en la investigación.
Pasaron cinco días y finalmente Lucía fue encontrada. Al lugar asistieron la Jueza Penal, el Fiscal, Médico Forense, Policía Técnica local y de Montevideo y personal policial. Al costado de un estadio de fútbol, sobre la ribera del Río Tacuarembó Chico, a dos metros de un barranco apareció semienterrado un cuerpo sin vida. Lo peor había sucedido, no había vuelta atrás. Toda la esperanza se esfumó en segundos, era Lucía.
Ya detenidos, Jonathan y El Heladero eran sometidos a interrogatorios. Pero la lista no terminaba allí, varios hombres con profusos antecedentes penales estaban vinculados de una u otra manera en el caso. Uno de ellos, de 49 años de edad y con 21 antecedentes penales, que interrogado por equipo de la Dirección de Investigaciones confirmó que el día que desapareció Lucía, él dormitaba debajo del puente de Paso del Bote, cerca de la Casa del Mayor Suárez, a pocos metros del lugar del homicidio.
El caso tomaba un rumbo concreto. La policía tenía un nuevo sospechoso. Se trataba de Jonathan, un sujeto poseedor de antecedentes penales por haber cometidos varios delitos. De todas maneras la policía tenía que seguir atando cabos, y era el momento de interrogar al dueño del campamento, un hombre de 55 años de edad procesado tres veces por delitos de hurto, quien confirmó que esa noche en el campamento estaban Jonathan y El Heladero.
A medida que pasaban los interrogatorios se sumaban nuevos personajes en la investigación. Apareció finalmente un tercer integrante del campamento, del cual nadie sabía su nombre, pero si su profesión: vender helados.
Paralelamente la policía científica realizaba las pericias del caso. Lucía había sido brutalmente asesinada. El informe del médico forense era aterrador, quien mató a Lucía había actuado con saña.
Jonathan era el principal sospechoso y por ende fue el primero en ser detenido por la policía. Los Agentes de la Dirección de Investigaciones indagaron al sospechoso que tras varias evasivas confesó ser autor material del hecho, indicando que varias de las pertenencias de la joven habían sido llevadas hasta Paraje Sauce Solo. Allí los policías encontraron parte del celular. A su vez, “El Negro Jhona” como se lo conocía popularmente, confirmó que esa tarde estaba tomando mates con un amigo de profesión heladero, e incluso en una de sus declaraciones, afirma que actuó junto a él.
Finalmente El Heladero, un joven de 25 años de edad, poseedor de antecedentes penales por dos delitos de hurto, uno de ellos especialmente agravado y un delito de abigeato en calidad de autor, también confesó ser autor material del homicidio brindando detalles que solamente una persona con un posible vínculo directo podría haber manifestado. Detalles que también figuran en el informe del médico forense. Sin embargo al llegar al Juzgado se retractó, acusando a los investigadores de maltrato, una disyuntiva que debía ser descifrada por la Justicia.
Ante dicha situación, los investigadores solicitaron incluir una nueva prueba, se trataba de una grabación audiovisual de El Heladero confesando el homicidio. La misma mostraba claramente que el sujeto no fue maltratado por los agentes policiales, pero finalmente fue desestimada por la Justicia. Ahora, entre nosotros está El Heladero, sentado, cansado de su rutina, esperando.