Está anocheciendo y seguimos correteando por el campo baja una garúa mansa, hasta que oímos el conocido «¡Vuelvan a casa, gurises!» de mamá.
Estamos totalmente empapados pero no embarrados, porque el suelo es arenoso hasta en el fondo de los pozos donde antes de comprar la pileta se lavaba la ropa.
Nos espera 2 calderas grandes y una marmita grande de agua caliente para el baño: yo en el galpón, en un latón grande; después de lavarme bien la cabeza y fregarme todo el cuerpo con un paño bien enjabonado, especialmente rodillas, codos y tobillos (porque mamá nos revisa), me enjuago con el agua tibia de un balde de lata con un jarro, de la cabeza a los pies. Mi hermana está haciendo lo mismo, creo, pero en la casa.
Limpitos, sequitos y mudaditos, calzados con alpargatas –ella, rojas: yo, marrones– derechos al comedor; se cena siempre a las 8, escuchando el «Informativo Social de la hora20», en Radio Zorrilla de San Martín, la única difusora local por ahora. Hoy mamá no encendió el fabro, sino la lámpara de mecha (cuya limpieza diaria del tubo es tarea de mi otra hermana), porque como le encanta dormir con lluvia no va a hacer crochet.
La casa fue agrandada el año pasado, y ahora el comedor es más grande, pero la mesa sigue del mismo tamaño… y somos 7: papá en una cabecera, mamá a su derecha y yo a su izquierda; mi hermano mayor en la otra cabecera, porque es el mayor; mis 2 hermanas con mamá y mis 2 hermanos conmigo, porque una ya se casó, y el varón de 15 años está casi siempre «prestado» para tío Ramón y tía Cándida, que no tienen hijos.
Después de cenar, las mujeres a la cocina, a lavar ollas y platos, sacar la yerba del mate y lavarlo; nosotros los varones siempre tenemos algo que hacer en el galpón, aunque esté lloviendo, y papá da una vuelta por afuera para «ver el tiempo».
Y llegó la hora de acostarse. Nunca me gusta, porque todos duermen y yo me quedo despierto largo rato.
Los dormitorios están en las puntas de la casa: en una el de mis padres, en medio la sala y en la otra el nuestro; son piezas de 4m por 4m. El de mis hermanas está pegado al de mis padres, y es más chico.
Mi hermano mayor cae en la cama y ronca; madruga mucho, trabaja todo el día y no hace siesta; el otro pone la radio bajito, y al ratito la apaga y duerme; yo estoy con los ojos como un «2 de oros». Oigo los ronquidos de ma-má; siempre ronca, papá no.
No me gusta la oscuridad. No sé cuánto tiempo pasa. Enforteció la lluvia. Igual oigo un ruidito… es papá que anda revisando puertas y ventanas… abre una para ver cómo está afuera, sobre todo el viento, de qué lado. Justo en este momento, «¡Brrrrrm, brrm, bruuuum!» y se ilumina todo.
Después sigo, porque me dio miedo.
Jesús H. Duarte, maestro