El Padre Edgar Arambillete tendrá una nueva comunidad a cargo a partir de este mes ya que ha sido trasladado a la localidad de Tranqueras de Rivera. El Avisador dialogó con él sobre su vida sacerdotal, su próximo destino y los cambios que ha vivido a lo largo de los años.
«Vine a Tacuarembó en el 2007, luego de 37 años de haber partido de aquí; me fui en 1968 a Minas de Corrales, donde estuve 10 años. Luego permanecí
18 años en Montevideo, en Cáritas Uruguaya, y en Paso de los Toros. En 1997 me fui a Rivera, donde estuve 10 años.
Regresé a Tacuarembó en el 2007, sería por 10 años. Tacuarembó es mi casa, acá empecé mi vida cristiana, recibí los sacramentos, fui ordenado como
sacerdote. Fui el primer cura ordenado en este departamento.
A los 75 años los sacerdotes tenemos que presentar la renuncia, ponernos a disponibilidad y el Obispo es quien decide si seguimos o no. Monseñor Bonino
me dijo que siguiera hasta terminar la restauración del templo, eso era decirme toda la vida, porque no es fácil restaurar el templo totalmente. Como tenía a mi madre acá, quería quedarme», expresa Arambillete al referirse a su trayectoria eclesiástica.
Cuando asume el Obispo Pedro Wolkan, Arambillete le expresa el deseo de ser trasladado a otro destino, «es lo que está sucediendo ahora, a mediados
de febrero iré a Tranqueras. Allí hay una parroquia muy linda, sencilla, muy bien trabajada por el Padre Pochelú. Será el lugar donde iré dejando mi vejez, por
eso no sé si voy más de peso que de apoyo. Estaré 2 años en Tranqueras, para luego volver a Tacuarembó con mi familia y con quienes comencé mi vida cristiana».
¿Qué servicios están programados en la localidad de Tranqueras?
—Uno de ellos es acompañar a las parejas que se casan por la iglesia y después se separan, queremos hablar con ellos, interiorizarse de su situación, las
debilidades que no se tuvieron en cuenta al casarse. Si hay situaciones en las cuales no se dan elementos como los que establece la iglesia, el matrimonio es
nulo, por lo cual la persona puede reincorporarse en otra oportunidad a la iglesia con el sacramento del casamiento.
Por otro lado el Obispo me ha encargado crear un grupo de conocimiento del protocolo de la Conferencia Episcopal del Uruguay para la protección de menores y la prevención del abuso sexual.
¿En este tiempo de pandemia, cómo se vive la fe cristiana?
—Estamos viviendo una etapa de miedo, con esa angustia e incertidumbre de no saber cómo y cuándo va a terminar esto. Sin embargo, pienso que es un tiempo muy rico; la vida y los acontecimientos van y vienen, suceden por uno y mil motivos. Lo importante y desde la fe, es la presencia de un Dios que está
en todo momento, y que nos ayuda a afrontar esta situación. Se hizo una evaluación por parte de la Diócesis, donde se preguntó cuáles son las fortalezas que
nos han sostenido en este tiempo desde la fe. Como respuestas surgieron: la importancia de la familia, el reunirse, el sentirse cercanos unos a otros. Se ha
vivido la fe en familia, llegando a la gente a través de los medios electrónicos de comunicación. Las celebraciones se han realizado de forma virtual. Se
vio también como fortaleza y oportunidad la ayuda social que se brinda, hubo una solidaridad muy grande al comienzo, aunque hoy en día no se nota tanto. Sabemos que hay mucha gente con dificultades para comer, con problemas de trabajo. También el ser solidarios se expresa en el cuidarnos unos a otros, en ese
detalle tan importante como es el no reunirnos.
¿Cuáles han sido las debilidades que se expresaron?
—La debilidad que deja el aislamiento, el estar solos. Si bien la familia está unida pero también está sola. Se visualiza una amenaza, que tiene que ver con
el miedo a estar juntos, a reunirnos. Pero tenemos que saber que el mundo va a seguir y continuar desde la cercanía, creando buenos vínculos. Dios no envió esto, Dios está cuando suceden estas cosas, para darnos luz y decirnos cómo sobrellevarla. Tenemos que sacar de lo malo, algo bueno.