Horacio Quiroga pasó sus últimos días en un hospital hasta que se suicidó. Juan Forn habló de su internación, pero también del hombre que hablaba como “si siempre hubiera tenido fiebre”. ¿Metáforas del trastorno bipolar?
Fuente: Página 12 / IntraMed
Horacio Quiroga decidió terminar con su vida antes de que su enfermedad terminara con él. Pasó sus últimos días en el Hospital de Clínicas aquejado por un cáncer incurable, pero los médicos no se animaban a decírselo.
En su lugar, lo convencieron de que lo preparaban para una operación. Así lo mantuvieron viviendo en un cuarto, aunque con salidas consentidas. La selva, que tanto amaba, no se parecía en nada a una habitación de nosocomio. Y el instinto animal con el cual eligió rodearse era poco compatible a la conducta de un paciente “obediente”.
Quien supo contar como nadie las experiencias de Quiroga internado, fue el recordado escritor y periodista Juan Forn,
En una de sus contratapas de su diario, bajo el título de “El hombre que nos enseñó a tener frio”, escribió sobre cómo Quiroga se dio cuenta de su condición irreversible gracias a un hombre que sufría una neurofibrosis, enfermedad más conocida como elefantiasis.
A ese paciente, de nombre lo mantenían oculto en el sótano del hospital y cuando Quiroga lo descubrió, ordenó que lo llevaran a su habitación.
Agradecido, el “hombre elefante” al que tanto escondían fue quien escuchó lo que los médicos le escondían a Quiroga… y se lo dijo. Entonces el autor de “Cuentos de la selva” avisó que salía a caminar en una de sus tantas salidas, entró a una ferretería, compró cianuro y cuando regresó, mezcló el polvo con un vaso de whisky y se lo tomó.
Tres días antes de su muerte, Quiroga había hecho otra de sus expediciones. Vestido casi como un mendigo, con el sobretodo arriba del piyama, siguió desde el parque japonés a una mujer de una terrible belleza. Resultó ser la famosa Consuelo, viuda de Enrique Gómez Carrillo, que por entonces estaba de novia con Antoine de Saint-Exupery (con quien después se casó).
Tras verlos, volvió al hospital y luego de narrar ese párrafo, Forn esbozó que Quiroga carecía de “lo que algunos llamaban tacto, otros hipocresía y otros relaciones públicas”.
Lo tuvo todo y lo perdió todo. Desde dinero hasta a su primera esposa, quien terminó por suicidarse. La segunda, treinta años más joven que él, lo dejó “para no volverse loca”.
Para cerrar el perfil del escritor nacido en Uruguay, pero argentino por adopción, Forn describió: “Hablaba como si siempre tuviera fiebre y padeció frío hasta en la selva misionera”.
También citó una de las frases que Quiroga había escrito en una de las últimas cartas a sus hijos: “Busco casi lo que nunca se encuentra. Soy capaz de romper un corazón por ver lo que tiene adentro, a cambio de matarme yo mismo sobre los restos de ese corazón”.
Cabe aclarar también que las tragedias siempre formaron parte de la vida del cuentista: su padre murió en un accidente de caza, y su padrastro y posteriormente su primera esposa se suicidaron; además, Quiroga mató accidentalmente de un disparo a su amigo Federico Ferrando.
Se dice que Quiroga era uno de tantos escritores en nuestro país que padecía trastornos del estado de ánimo.
Otros fueron Alfonsina Storni, Leopoldo Lugones y Lisandro de la Torre, quienes también se quitaron la vida. Los comportamientos de Quiroga, parecían estar cercanos al trastorno bipolar.
“Hablar como si siempre tuviera fiebre” podría haber obedecido a los episodios de manía; tenerlo todo y perderlo todo.
La “desmesura” característica del trastorno, parecía también reflejarse en su literatura: sus personajes, solían ser víctimas de la hostilidad natural manifestada en lluvias e inundaciones, así como por la presencia de animales feroces.
Solo se sabe que la fase maníaca, que puede durar de días a meses, se caracteriza por su fácil distracción, poca necesidad de dormir, capacidad deficiente y poco control del temperamento.
Los episodios depresivos pueden ocasionar estados de tristeza diarios, dificultades para concentrarse o tomar decisiones, falta de apetito o de consumo exagerado de alimentos, fatiga o falta de energía, desesperanza o culpa, baja autoestima, aislamiento, dificultad para conciliar el sueño y pensamientos de muerte o suicidio.
A diferencia de la época en la que vivía Quiroga, cada vez hay mayor entendimiento de los trastornos del estado de ánimo, así como distintas alternativas de abordaje.
Se rompe de a poco el mito de equiparar “locura con genialidad”, ya que la enfermedad es altamente discapacitante. Ni un cuerpo ni una mente pueden resistir una “fiebre” eterna.
Hoy, la posibilidad de permanecer por más tiempo sentado en una silla, puede ayudar a producciones más críticas, sin aportar al sufrimiento una mística que, probablemente, no merece tener.